una mujer completamente dedicada a los suyos y su profesión que en este mes de las madres nos ha abierto las puertas de su casa.
“Siempre he sido tranquila, paciente y respetuosa, pero también muy maternal y hogareña. Siento un amor intenso hacia mis hijos. Soy adicta a mi familia”, confiesa desde la intimidad de su hogar.
Odessa es hija del doctor José Trinidad Martínez (apodado “El Negro” Martínez), reconocido ginecobstetra dentro y fuera del país que recientemente fue designado “Maestro Latinoamericano dela Ginecologíay Obstetricia” y que aún ejerce a sus casi 90 años. Ella ha seguido sus pasos en esta comprometida profesión.
De su madre, Alicia Matheus de Martínez, ha aprendido el amor y la dedicación a su familia. La considera responsable de la unión que expresan en todo momento sus consanguíneos.
Aunque parezca un contexto ideal, Odessa ha debido aprender a sobrellevar la responsabilidad de ser madre de dos artistas, así como de ser hija de alguien tan famoso como el doctor Martínez, cuando su intención es ser reconocida por méritos propios y no trascender a la opinión pública. Poco a poco, ha descubierto su misión y la pone en práctica. Por ello decreta para sí misma y los demás: “Uno viene a esta vida a ser feliz, no a hacer lo que los demás quieren”.
De la humildad a la prosperidad
José Trinidad Martínez confió a un amigo suyo, apodado “El Veneno” Araujo -poeta y escritor-, la responsabilidad de colocarle el nombre a sus dos hijas. A la primera decidió llamarla “Odessa” aludiendo al nombre de la quinta ciudad más grande de Ucrania; a la segunda, simplemente “Karelia”.
Odessa tiene también dos hermanos varones, José Trinidad y Fernando. Todos nacieron en el hospital Chiquinquirá de Maracaibo cuando su papá era su jefe del servicio de Ginecología y Obstetricia.
“Dicen que una mujer es sincera cuando revela su edad”, afirma, y por ello señala sin titubeos que nació el 13 de julio de 1952. “Soy una muy típica canceriana”, agrega.
Aunque al momento de esta entrevista nos recibe en su hermosa quinta, finamente decorada por ella con velas, candelabros y portarretratos de sus seres queridos, revela que sus primeros años los vivió en condiciones humildes dentro de una casa ubicada en la esquina de la avenida 13A con calle 80, callejón San Pedro, llamada “Odekare” en su honor y el de su hermana.
“Allí estábamos junto a toda la familia de mi padre. Teníamos que dormir en hamacas”, rememora de aquellos tiempos.
El creciente éxito profesional del doctor Martínez les permitió comprar un terreno en lo que es hoy la urbanizaciónLa Estrella, donde se erigió la casa de nuestro encuentro.
Al recordar estos acontecimientos, agradece a su papá el haberles provisto de todo lo necesario desde el punto de vista material, sin embargo reconoce que su familia no exhibía una estructura tan sólida como la de hoy en día.
Entrega total
La primaria de Odessa transcurrió en la academia Mérici, de las hermanas Ursulinas. Aunque allí adquirió una caligrafía y ortografía impecables y aprendió el inglés, afloraron inevitablemente sus rasgos de timidez.
“Al llegar al bachillerato”, nos cuenta, “mi padre decide cambiarme al Instituto Cervantes para que dejase de ser introvertida y compartiera también con varones. Fue un shock que luego superé. No se logró el objetivo, pues seguí siendo muy callada”.
Esta personalidad le ha hecho ganar sin razón el título de “antipática” o “altiva” en algunos casos; de hecho, sólo le quedó una amiga del bachillerato, Zulay Rincón, a quien vio en diciembre pasado.
Comenzó a estudiar medicina a los 16 años y recibió su título de Médico Cirujano siete años después, en 1974. Fue médico suplente y luego residente del Hospital Chiquinquirá. Ganó un concurso como profesora de LUZ y hasta la fecha es profesora de la cátedra de Clínica Obstétrica. También cursó un postgrado en Ginecología y Obstetricia y el doctorado en Ciencias Médicas, dentro de esta casa de estudios. Adicionalmente ha realizado varios cursos profesionales dentro y fuera del país, especialmente en materia de ultrasonido.
Ciertamente, la influencia de su padre le hizo elegir su misma carrera, a pesar de que a estas alturas reconoce que en aquella época estaba muy niña como para tomar una decisión de tal evergadura. “No todos aciertan en su verdadera vocación cuando eligen la carrera profesional. En aquel momento dudaba sobre mi elección, pero ahora no. Sé que nací para ser médico y soy feliz al ejercer mi profesión”, afirma con profunda convicción.
Su tiempo como docente en LUZ lo comparte con su consulta enla NuevaClínicad’Empaire, donde tiene el mejor equipo de ultrasonido de la ciudad. Allí atiende pacientes de diversos estados del país, especialmente en materia de fertilidad.
Sus tesoros
Odessa se ha casado y divorciado dos veces. De su primer matrimonio nació Miguel Ángel, quien a pesar de ser médico de profesión se ha destacado como cantante. Él está casado con María Margarita París de Marín y le dio recientemente su primera nieta, la bella Natalia, a quien considera una bendición.
José Ignacio nació del segundo matrimonio. Estudió ingeniería pero no se graduó. Al igual que su hermano se ha dedicado a la música. Siempre fueron excelentes estudiantes.
Con el pasar de los años, Odessa ha asumido parte de la responsabilidad en los fracasos de su relación de pareja. “Siempre tuve más apego a lo profesional que a mi matrimonio. Ese apego lo trasladé a mis hijos”, reconoce.
Para ella no fue fácil asumir que sus hijos serían artistas, al mirar su trayectoria profesional y la de su padre. “Cuando Miguel se decidió por el canto me iba a dar una taquicardia. Recuerdo que a sus 22 años me sentó para decirme: ‘Mamá, te quiero mucho pero no voy a ser como tú. Sé que podré con esto. Cuando tenga 40 voy a estar como los de esa edad, pero ahorita déjame disfrutar mi vida’. Yo seguía con mis angustias, pero después reconocí que él estaba más claro que yo en esta vida” (risas).
Volver a nacer
Luego de brindarnos un exquisito vino tinto, Odessa pasa a contarnos uno de los capítulos más difíciles de su vida: el cáncer de mama. La diagnosticaron por casualidad hace cuatro años, pues reconoce que en médicos como ella se cumple lo de “en casa de herrero…”.
“Tenía mucho tiempo sin chequearme, aún con un equipo de ultrasonido en mi consultorio. En septiembre de 2005 acompañé a una paciente a Policlínica Maracaibo, quien quería que ambas nos aumentásemos el busto. Fuimos a la consulta del doctor Diomar Flores y él sintió una pequeña pelota en uno de mis senos. Allí comenzó todo”, explica.
Justo en aquella época faltaba un mes para la boda de su hijo Miguel. Dos días después del diagnóstico decide someterse a una intervención quirúrgica para extirpar la tumoración. Lo que la mayoría de los invitados al matrimonio no supo fue que asistió a la iglesia y la recepción con un dren (tubo médico que asegura el drenaje) puesto. Era la más bella de la noche después de la novia, según comentó esa vez el diseñador Antonio Semeraro.
El drama no terminó allí. Le hicieron ocho quimioterapias y 36 radioterapias en Caracas. Llegó a perder su cabello y a usar peluca. “Fue muy duro”, recuerda, “pero nada que no pudiera superar”.
Aún así, Odessa intentó por todos los medios seguir honrando sus compromisos profesionales. A los pocos días se reincorporó al consultorio. Su médico tratante fue el mastólogo Gasam Makarem, quien le recomendó acudir a la vez a la consulta de la psicoterapeuta Hercilia Berroeta -a quien considera hoy su amiga-. Ella le dijo que, en ocasiones, se enfermaba el alma y ello lo refleja el cuerpo.
“Fue entonces cuando comprendí que, siendo muy femenina, asumí roles que no me correspondían. Comencé a trabajar a los 22 años y me dediqué de lleno a mi familia y mi profesión, olvidándome de ser mujer. Me preguntaba cómo iba a sacar adelante a mis hijos con esta enfermedad. Hercilia me hizo ver que soy una mujer próspera”, reflexionó.
Odessa comprobó la tesis de la psicoterapeuta luego de asistir a un taller de psiconeuroinmunología en Caracas. Allí aprendió la relación entre sistema inmunológico, sistema endocrino y cáncer. “El sistema inmunológico”, explica, “se deprime en los casos de estrés crónico y angustia, haciendo que el sistema endocrino aumente el cortisol y deprima la parte inmunológica”.
Ello produjo un cambio en su perspectiva profesional: ahora ve a sus pacientes con una visión holística. “Uno se hace un mejor médico cuando comprende que mente y cuerpo no están divididos. A veces la enfermedad es una forma del cuerpo de llamar la atención”, agrega.
Hoy, Odessa está completamente curada y afirma que, tras haber superado esta enfermedad, ha vuelto a nacer. “El cáncer fue un mensaje de Dios para acomodar ciertos aspectos de mi vida”, considera.
Crecimiento interior
Tras la experiencia del cáncer de mama, Odessa se considera una persona renovada, inserta en un camino ascético hacia el cultivo del espíritu. A sus textos de medicina añade libros de autores tan prolíficos como Deepak Chopra. “Amor, medicina y milagro”, del oncólogo Bernie Siegel, fue su libro de cabecera durante la convalecencia.
Auristela García, una de las personas más cercanas a su familia –con una amistad que sobrepasa las cuatro décadas-, le regaló su último libro, “Milagros que se cumplen”, de William Thomas Tucker.
Por asuntos del destino, Auristela y Odessa están unidas por un vínculo más fuerte; Auristela fue suegra de Paula, la desaparecida hija de Isabel Allende que dio origen al libro del mismo nombre. Allende es, casualmente, una de las autoras favoritas de nuestra entrevistada.
Durante un tiempo, Odessa fue asidua a los gimnasios; ahora camina todos los días antes de salir el sol, lo que le permite conservar su belleza e ímpetu. Practica hatha yoga de la mano de Vladimir Gil, instructor del Instituto Karuna, a quien considera su mentor en el ámbito de la espiritualidad.
A las reflexiones durante los días del cáncer suma los autoanálisis producto del par de divorcios. “Algo pasa”, se dijo en aquella oportunidad. Consultó a un psiquiatra, quien inquirió sobre si alguna vez se había detenido a contemplar un amanecer o un atardecer o, simplemente, había disfrutado de un baño en el mar. “No, nunca”, le contestó. Tampoco se había puesto un traje de baño ni sabía nadar. Ahora, todo eso ha cambiado. Hasta se inscribió en una academia de natación.
Lo único inmutable es su poca vida social. Aunque se considera “muy buen diente” –especialmente para la comida italiana-, asiste muy poco a restaurantes. Cuando lo hace, acude a Vulcano y Aldabas por su buen servicio. No va al cine, sólo ve las películas en DVD que le llevan sus hijos. Prefiere los títulos románticos. “La vida es bella”, de Roberto Benigni (ganadora de tres premios Oscar), es su favorita.
No se arrepiente de su pasado ni su presente, y mira con optimismo el futuro. Disfruta cada día intensamente y se siente feliz con lo que Dios le ha dado.
“En este paso por la vida, hay quienes quisieran tener la experiencia de los años durante la juventud para no cometer errores. Lo cierto es que uno aprende con esos golpes. No espero. Vivo el presente. Un miércoles me sentía bien y al viernes siguiente estaba en el quirófano (en alusión a los días del cáncer de mama). Eso me enseñó a valorar lo que tenemos en cada momento. Esta conversación con ustedes en este momento ha sido para mí muy satisfactoria”, dijo en conclusión.
Aunque el grabador se detuvo, la conversación fluyó por al menos dos horas más. Un ambiente acogedor fue tejiéndose en esa gran casa. Un diálogo que iniciamos en la más estricta soledad se convirtió de repente en una tertulia familiar que, según vimos, es típica de los viernes en la noche. Más y más gente entraba por la puerta principal y el timbre no dejaba de sonar.
Sólo las copas de vino tinto y pastelillos horneados lograban interrumpir la voz que emanaba de nuestras gargantas. Al momento de la despedida, el giro de nuestra mirada nos permitió leer la inscripción en la entrada, que pasó desapercibida a la llegada: “La mano de Dios”. Dios estuvo allí en ese momento y nos brindó una inolvidable experiencia.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario